lunes, marzo 03, 2014

ANNE SERRE Y SU LIBRO CON UNA RELECTURA DEL CUENTO CLASICO DE LOS GRIMM "¡PONTE MESITA!"


Articulo de: ricardo menéndez salmón

Como el armario de las pesadillas, también el cuento tradicional esconde presencias. Su resistencia al tiempo y a la mutabilidad del gusto, el hecho de haber logrado sobrevivir a generaciones de lectores y sensibilidades de muy distinto cariz, la evidencia de su fecunda capacidad adaptativa quizá no resulte ajena a esta afinidad que guarda con lo sorprendente. Resulta obvio que el cuento tradicional ha mostrado una gran pericia para la metamorfosis, una capacidad para convertir lo blanco en negro, la felicidad en drama o la moraleja en iconoclastia, pero que al tiempo jamás ha renunciado a proyectar su fuerza conformadora, esa casi mágica circunstancia que conmueve resortes profundos del acervo emocional.

Cercano así al mito por su pretendida dimensión ejemplarizante, el cuento tradicional atesora pasadizos que conducen sin embargo al otro lado de las cosas. Basta desviar ligeramente el punto de vista para que las seguridades del lector se disuelvan en un mundo en ocasiones perverso. El niño, entonces, se aproxima al adulto; los velos más sagrados se desploman sin remedio; las edades se mezclan en un crisol pavoroso; el discurso, al volverse ambiguo, se convierte a la vez en transparente: el más inocente de los relatos puede esconder un caramelo envenenado. Muchos son los ejemplos que podríamos aducir. Recordemos apenas tres: la inquietante lectura que de Rapunzel hizo Günter Grass en La ratesa; la peculiar interpretación que de Pulgarcito procuró Michel Tournier en El urogallo; la reciente adaptación cinematográfica que de Blancanieves gestó Pablo Berger.

Los hermanos Grimm recogieron en su imponderable obra un cuento titulado ¡Ponte, mesita! en que una mesa se colmaba de manjares al pronunciar las palabras mágicas. El abracadabra de las ofrendas es un lugar común en ciertos cuentos de hogar. El codicioso, el hambriento, el vanidoso y sus complejas recompensas. La mesita siempre puesta de la nouvelle homónima de Anne Serre es la sexualidad. En el interior burgués del papá travestido, la madre ninfómana y las hijas que se entregan a todo tipo de fantasías y prácticas sexuales, la infancia no es el receptáculo del mal ni el huevo de la serpiente del que eclosionará el futuro monstruo, sino una comunidad edénica donde la carne es de todos, los cuerpos se gozan sin reserva y el amor se conjuga en todas direcciones. El mundo del afecto es en este breve texto el mundo de la eterna disponibilidad. Incesto, pedofilia o promiscuidad no son ya figuras demoniacas, sino el paisaje común de una infancia sin culpa, de una entrega constante, de un presente renovado sin pausa. Por eso, al dejar la casa familiar y salir al mundo, la protagonista de ¡Ponte, mesita! sólo puede protegerse de lo que ha perdido mediante una peregrinación perpetua. En este viaje a ninguna parte, la narradora, que ha olvidado su sustento y su raíz, alcanzará una sabiduría inversa. Sólo que la añoranza del hogar de esta otra Dorothy no se parece demasiado a una casa en Kansas. Los cuentos ingenuos suelen ser también los más crueles.

FUENTE: LNE

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