jueves, septiembre 26, 2013

CUENTOS CRUELES PARA NIÑOS SANOS

Imagínate la escena: un ruidoso parque infantil donde un grupo, el de los más pequeños, esos que aún van con el pañal a cuestas y andan como dando tumbos, ríen y bailan al ritmo de la música. Lo que suena son esas canciones infantiles que nos hemos transmitido de generación en generación, en las que se une la costumbre, la transmisión de valores y el ocio de unos ritmos que suelen hacer que los pequeños pongan esa cara de sonrisa enorme, casi excesiva, que solo ellos saben poner. Pero no saben lo que están bailando de verdad.

Para tranquilizar a los bebés les amenazamos cantando, con voz suave eso sí, que si no se duermen “el coco te comerá”. En El juego de los oficios hay niños camioneros y carpinteros, pero las niñas solo pueden ser costureras o planchadoras. “Comeremos ensalada, como comen los señores”, dice El corro de la patata. “Estirad, estirad, que el demonio va a pasar”, reza la letra de El patio de mi casa. Y así un largo etcétera de canciones donde el clasismo, el terror y los estereotipos sexistas han alimentado un debate recurrente en los últimos años. Obviamente, ellos no lo saben, ni nosotros mismos nos fijamos en esos detalles al cantarlas, pero están ahí, con terroríficas imágenes entonadas desde décadas atrás.

No es mucho más halagüeño el relato escrito: al lobo de Caperucita le abren la tripa, se la llenan de piedras y lo echan al río. Una vieja bruja quería despellejar a 101 cachorros de dálmata para hacerse un abrigo. Simba pasa media vida creyendo que él mató a su padre para luego descubrir que fue su tío, y todo para quitarle el puesto. Dumbo es objeto de mobbing, como el patito feo, por su aspecto físico. Cenicienta vive maltratada por su propia familia. Bambi tiene que sobreponerse solo a la trágica pérdida de su madre. Desgracia tras desgracia hasta las perdices finales. Pero ¿es gratuita esa aparente crueldad?

Ana Cristina Herreros, filóloga especialista en literatura tradicional y escritora de la editorial Siruela, no está en absoluto de acuerdo: “Los cuentos populares no son crueles, son justos”, algo que ve claramente en un patrón presente en su estructura; “en todos ellos hay una persona que tiene un conflicto y se pone en camino para resolverlo. Por el camino se encuentra con otro, al que el formalista ruso Vladimir Propp definía como ‘donante’, que ayuda al protagonista a resolver el conflicto. Además, quien lo ha causado recibe al final su justo castigo”. Superación, colaboración con otro y justicia final, vendría a ser la moraleja.

ARTICULO COMPLETO: LUKOR.COM

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