domingo, enero 20, 2013

El jueves estuvo Yoshi Hioki en La Luna.

Debo empezar confesando que me gusta Yoshi, así por adelantado.

Las veces que lo había escuchado anteriormente descubrí un narrador que escoge y cuida el repertorio que va a ofrecer, con cuentos de su raíz cultural oral o escrita. Un narrador que transmite estos cuentos con el ritmo medido, con el tono justo, con el gesto preciso... y aún así con naturalidad.

Cuando se habla, en general, de contar y escuchar cuentos, habitualmente se forma en la mente esa imagen de un niño acostado y un adulto contándole o leyéndole un cuento. Es fácil revivir esa sensación de estar en dos sitios a la vez: abrigado y seguro entre las sábanas, y compartiendo las peripecias de los protagonistas de la historia que estábamos escuchando con atención.

Algo así me transmite Yoshi Hioki. Elige cuentos que requieren tiempo para ser contados, y se toma el tiempo necesario para dejar que ocurra: que seas consciente de los ruidos, los movimientos, el lugar en el que estás, pero a la vez atrapado en esas historias que (hasta donde llega mi experiencia con cuentos japoneses) parecen simples, pero al poco empiezan a ramificarse, a enredarse en vericuetos en los que se hace necesario un guía para llegar a la salida.

Esto era lo que esperaba encontrar el jueves, y esta esperanza se vio satisfecha.

Una selección de cuentos hermosos, que no imagino contados de otra forma más que la suya, que a poca sensibilidad que tengamos no puede dejar de seducirnos.

Me satisface también confirmar que mi afición por Yoshi no fue cosa sólo de haber quedado deslumbrado la primera vez por el descubrimiento, sino que tenemos en él un narrador consistente, con una marcada voz propia, y que en mi opinión (como para todo, va en gustos) merece la pena seguir.

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