martes, enero 29, 2013

ANTONIO MUÑOZ MOLINA HABLA DE NARRACIÓN ORAL

La literatura trata muchas veces de gente que cuenta cuentos: peregrinos que se animan las caminatas con historias o que las intercambian al calor del fuego en una posada; burgueses jóvenes florentinos que se reúnen en una villa en las afueras de la ciudad para huir de la peste de 1348 y distraen el miedo y ocupan el tiempo de la incertidumbre y la espera contándose cuentos casi siempre cómicos o picantes para levantar el ánimo en una época de pesadilla. La literatura escrita lleva en su interior las huellas de una tradición oral mucho más primitiva y más duradera igual que en el adn y en los rasgos fisiológicos de las especies contemporáneas están las trazas de especies extintas. En las Mil y una noches hay genios, hay lámparas, hay hechizos, hay naufragios, pero lo que hay sobre todo son narradores de cuentos, que a veces están ya dentro de otros cuentos. El Quijote es un catálogo de narradores casi siempre orales, y de grupos de gente arrobada que escucha las historias o asiste a ellas en en el pobre tinglado de Maese Pedro.

Hemos empezado hoy el taller semanal de relato corto, y me ha gustado recordar esos orígenes orales de nuestro oficio. El aula, la larga mesa en torno a la que nos reuniremos cada lunes, es como esa villa cerca de Florencia o como una sala en la posada del camino hacia Canterbury. Un espacio caldeado por las palabras mientras afuera se va enfriando el anochecer de enero. Contar es contarle a alguien. Contar es inventar y es también repetir lo que a uno le han contado, y entre quien habla y quienes lo escuchan se establece una fraternidad instantánea que dura tanto como la fascinación de la historia. Contar es arreglárselas para que el oyente no deje de prestar atención y quiera saber más. Caras nuevas y caras familiares: el mapa de los acentos y de las geografías de la lengua. El primer texto que leeremos en voz alta en clase será uno de mis preferidos en la literatura en español, Macario, de Juan Rulfo. Nos quedaremos callados cuando alguien empiece a leer y esa criatura inocente y perdida se hará presente durante unos minutos en su monólogo, en esa voz tan verdadera que no parece un artificio de la literatura.

Precisamente porque lo es en grado máximo.

FUENTE: ANTONIO MUÑOZ MOLINA

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