jueves, enero 28, 2010

JUICIO A LOS CUENTOS TRADICIONALES

La fábula y el cuento nacieron de la mano del psiquismo social en la búsqueda de realismos simbólicos. Ontogenéticamente, como bien defiende Darío Guevara[1], el individuo repite el origen y desenvolvimiento de la especie. El niño, tal el hombre de la especie embrionaria, navega por los torrentes misteriosos de los cuentos fantásticos y, sólo más adelante, podrá familiarizarse con la realidad. Así, cuento y fábula son al el psiquismo infantil lo mismo que el alimento al organismo.

Pero Guevara da un golpe de timón y asegura que los cuentos clásicos son el veneno que deriva luego en edipismo, sadismo, masoquismo y cuantos –ismos más se le puedan a uno ocurrir. Burián, por su parte, insiste en que ‘con los cuentos truculentos, sanguinarios y feroces, que leyeron los niños hasta ayer, es lógico que aumentara la criminalidad’ (Guevara, 1969:54).

Hipótesis que se asemeja al encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una observación fútil, sin mucho fundamento, que se queda en lo inmediato. Un error de interpretación reduccionista y grotesco. Mejor ir a lo confiable, seguir a Aristóteles y a Kierkegaard que, con la autoridad que merecen, aceptan la tragedia como un método necesario —y deseable— de catarsis, fundamental para una purgación.

Pero, claro, esto Burián no puede entenderlo, ya que a la hora de pasar revista a esos horrorosos relatos, obvia poner los finales. Deja las atrocidades, quita el desenlace con la enseñanza moral.

Se refieren, en parte, a Perrault, quien tamizó bajo su pluma cuentos archi-conocidos, como Caperucita Roja. Cuentos que bajaron en línea recta de la Edad Media, siendo este hecho crucial para Burián, ya que ‘perpetúan sus horrores’. Argumento que, de aceptarlo sin reserva, deberíamos expandir a otros ámbitos. ¡Prohibamos, también, las fogatas! Me recuerdan tanto a la Inquisición…

Para Bruno Bettelheim[2], en cambio, los cuentos de hadas ofrecen a la imaginación del niño nuevas dimensiones, formas y estructuras que sirven para que pueda él mismo estructurar sus ensueños y canalizar su vida. El niño adapta el contenido inconsciente a las fantasías conscientes y puede, así, tratarlo. Al permitir el acceso parcial de este material, su potencial nocivo se reduce.

Los cuentos modernos, en cambio, niegan el mal y de este modo no lo eliminan, sino que lo reprimen, volviéndolo hacia adentro —algo así como la mala conciencia que Nietzsche explica a través de la represión del instinto natural. La ausencia de conflictos internos con origen en nuestros impulsos primarios y emociones violentas en la literatura infantil actual impide que el niño pueda desasirse de los sentimientos de soledad y de su angustia moral.

AUTORA: AGUSTINA JAZMIN

ARTICULO COMPLETO: MANCIA

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