viernes, noviembre 27, 2009

BUCAY. TRAS APROPIARSE DE CUENTOS, COMIENZA A HACER LA COMPETENCIA A LOS NARRADORES

Dicen que Jorge Bucay (Buenos Aires, 1949) llena estadios contando cuentos. De hecho, recorre el mundo recitando historias y a los rincones que él no llega sí lo hacen sus libros -más de veinte tiene publicados- de autoayuda y docencia terapéutica. Ayer esa terapia suya a base de fábulas, de bellas historias reales y otras irreales animadas con el acento y la labia bonaerense, llegó a Pumarín, a la sala llena de público del Ámbito Cultural de El Corte Inglés.

El encuentro previsto de los lectores con Bucay acabó siendo un monólogo del artista, salpicado eso sí de las risas y los aplausos de un auditorio que en ningún caso abandonó su silla antes de tiempo. Pese a poner por delante que su único mérito es «decir en mis cuentos cosas obvias, pero que merece la pena decir», y a pedir en voz alta que «que se desconfíe de los conferenciantes, porque al final nunca sabes de dónde han salido», el escritor y terapeuta no escatimó recursos para hacer disfrutar a su público. En una decena de historias, que iba sacando como el mejor mago saca conejos de una chistera, habló en Gijón del amor obsesivo y dependiente de sus padres -«ese que yo siempre digo que es lo peor, y que a ellos les funcionó tan bien, para que se vea cómo son las cosas»-; de su origen humilde como nieto de emigrantes de oriente medio en Argentina; de su abuelo paterno «borrachín y simpático»; de la abuela que le miró con los ojos de no haber entendido nada cuando él le preguntó si era feliz; del abuelo materno que eligió a su mujer entre cinco hermanas porque, de todas, «era ella a la que mejor le podía sentar el vestido de novia que ya había comprado el abuelo» y, en fin, de las miles de oportunidades que esconde la vida detrás de cada último cuento. «Es hora de que cada uno de ustedes se ponga a la tarea de escribir el capítulo de una vida que empieza desde hoy, y que depende de nosotros. Los otros capítulos ya han terminado», advirtió Bucay.

FUENTE: LA NUEVA ESPAÑA

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