Nació la primera madrugada del año, porque oyó campanas y le entraron ganas de cantar. Cuando creyó que ya era mayor, quiso contar la historia del mundo en páginas de imprenta y pregonarla a los cuatro vientos. Pero las palabras se le quedaban pegadas a los periódicos grises y solo contaban cuentos presos con finales feos. Por eso sopló sobre las palabras y cuando estuvieron por el aire, descolocadas y libres, el mundo comenzó a hablarle de sus sueños y de sus deseos. Y a contarle cuentos de cuando era niño. Y esos cuentos ya no contaban mentiras y eran cuentos que sonaban a música.
Cuando el mundo comenzó a cantarle sus cosas, abrió tanto las orejas que se fue enterando poco a poco de todos sus amores, sus alegrías, sus hondísimos deseos, sus temores y sus penas. Y como es muy discreta, buscó excusas y ficciones con que revelar los secretos que la vida le contaba. Y los encontró en los libros y en sus criaturas de cuento, en el teatro y en sus latidos ancestrales, en las calles, en el ruido del viento o en mitad de un silencio. Y cuando los descubre, ve las palabras convertidas en mariposas y el mundo comienza a contar el cuento que desea contar.
Por eso la periodista, que ya nunca más fue mayor, eligió vivir del cuento -de ese cuento- sin engañar a nadie: estudió para actriz de teatro de lámparas de araña y comenzó a ir de acá para allá, sacando historias de bolsillos rotos, de sombreros viejos, de botellas vacías. Con los años, a base de mirar las cosas con dilatado asombro, se le fueron abriendo tanto los ojos que por ellos salió Berenjena, dispuesta a contar perplejidades y alegrías a grandes y a chicos. Lleva ocho años viajando por bibliotecas, colegios, institutos, centros de educación de adultos, residencias de mayores, asociaciones variopintas, hospitales, cafés y teatros. Se acompaña de un gran músico como una pregonera de fiestas y hace magia en prosa y verso. Canta cuentos y cuenta canciones. Hoy está pluriempleada: es traductora de fantasías impresas y profesora de danza del corazón.
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